HAY QUE BAJAR DOS CAMBIOS, POR LO MENOS


En primera persona

 

HAY QUE BAJAR

DOS CAMBIOS,

POR LO MENOS

 

Por Farm. Germán Daniele

Pte. CFC

 

Estimados colegas. Quiero darles a conocer un punto de vista que va más allá de lo estrictamente farmacéutico porque nos involucra a todos sin importar profesión, actividad, condición social, ni económica. Me refiero concretamente al triunfalismo que  estamos viviendo los argentinos por la selección ante el inminente comienzo del Mundial de Fútbol en Qatar. Resulta que todavía no empezó el Mundial y ya sentimos que ganamos la copa. Se lesiona un jugador y queremos poner la bandera a media asta en los edificios públicos, si ganan, los jugadores son héroes, pero si pierden es porque no saben ganar. A esto me refiero. Cuando el extremo es social y generalizado, se llama triunfalismo. Y en la historia de la humanidad ha sido nefasto para los pueblos.  Una cosa es el entusiasmo y otra muy distinta el triunfalismo.

El entusiasmo es una esperanza por una posibilidad concreta, el triunfalismo es una reacción extrema de un pseudo patriotismo cargado de soberbia que florece después de los triunfos. Por eso  cuando no se logra lo perseguido se convierte en un trauma social, en derrota traumática. Entonces se mezclan orgullo futbolístico con la  bandera, la dignidad ancestral con un penal no cobrado, aparecen los mufas, las maldiciones, y finalmente quedamos convencidos de que el mundo está en contra nuestro y que estaba cantado que tenía que ganar otro porque los argentinos siempre fuimos perseguidos por la banca internacional y los más oscuros intereses de las grandes potencias.

Hay que bajar dos cambios por lo menos.

Ojo: no estoy boicoteando la alegría, no estoy diciendo que no nos juntemos en familia o con amigos para seguir a nuestra selección con Messi a la cabeza. Tampoco estoy diciendo que debamos arriar los trapos y no pintarnos la cara de celeste y blanco. Digo simplemente que esta del Mundial es una buena oportunidad para aprender (o al menos intentar) a no irnos al extremo como de costumbre porque, además, difícilmente podamos avanzar con otra grieta más.

Hasta el mismísimo general San Martín cayó en el triunfalismo, sólo que su sabiduría lo recompuso y dejó una gran enseñanza. Triunfante en todas las batallas, habiendo realizado el fantástico Cruce de Los Andes, luego del triunfo en Chacabuco y con la moral muy alta, el 18 de febrero de 1818, una semana antes de su cumpleaños, las tropas del general San Martín descansaron en Cancha Rayada y bajaron la guardia, un poco por el cansancio pero sobre todo por el triunfalismo del invicto. De madrugada fueron atacados por el enemigo que le produjo las más importantes bajas de toda la Campaña.

Con aquella derrota en Cancha Rayada aprendió la lección y por eso luego triunfó en  Maipú. Otro ejemplo del peligro del triunfalismo fue lo de Alemania. Después de la Segunda Guerra Mundial, en Alemania estuvo prohibido gritar los goles en las transmisiones radiales del fútbol porque tal triunfalismo exacerbaba los ánimos del pueblo.

Miremos el Mundial, nos abracemos con los goles y suframos con las derrotas, pero nunca olvidemos que es sólo fútbol. Las cosas importantes de la vida no se juegan en una cancha de futbol. Es más: hasta me atrevo a decir que si como sociedad la esperanza más grande que tenemos es ganar un Mundial de Fútbol porque con ello bajaremos la inflación, volverá el pleno empleo, la producción, la educación en los niveles que siempre tuvimos en el país, y la erradicación de la pobreza que según datos oficiales somete al 40 por ciento de la población, en verdad estamos en un grave problema.

Todos sabemos el grado de influencia popular que tuvo y seguirá teniendo el deporte en el ánimo de los pueblos, eso es innegable. Todos recordamos aquel hecho histórico y memorable de 1995 cuando Nelson Mandela con el rugby reconcilió el brutal enfrentamiento racial que había entre blancos y negros en Sudáfrica en tiempos del apartheid. Y podríamos seguir enumerando hechos y acontecimientos relacionados con el efecto del deporte en el ánimo de la gente, pero para nosotros los argentinos hoy, en este tiempo, no podemos seguir abriendo grietas. ¿Y si bajamos dos cambios y aprovechamos el Mundial para jugar nosotros los ciudadanos el gran partido de la historia? ¿Y si mientras los jugadores juegan en la cancha  nosotros nos jugamos para hacer la sociedad y el país que nos merecemos? ¿Y si empezamos por respetarnos y respetar las instituciones abandonando el yoísmo e incluyendo al semejante?

Finalmente, estimados colegas, quiero decir que esta es una buena oportunidad para dejar de lado la soberbia y el triunfalismo de creer que somos los mejores del mundo. El triunfalismo siempre nos llevó al fracaso.  Por eso si perdemos el Mundial de fútbol no será un fracaso, y si lo ganamos tampoco seremos héroes sino campeones. Pero si ganáramos el otro mundial, el de todos, el histórico, el de hacer un país mejor empezando por cambiar nuestras propias actitudes, entonces sí que valdrá la pena festejar con nuestros hijos y nuestros nietos porque habremos ganado el partido más difícil de nuestra historia. 

Hasta la próxima. 

Germán.

Y vamos Argentina todavía.